Por lo general los siervos de Dios, nos preocupamos por el trabajo que el Señor nos mandó hacer. Nos preocupamos de plantar, regar y cosechar. Pero creo que nuestra mayor preocupación es la de cosechar porque queremos ver el fruto numérico de nuestro trabajo como prueba de que estamos haciendo bien las cosas en el ministerio. Creemos que para que el Señor un día nos reciba con Sus palabras: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23), Tenemos que ver multiplicación de números en las listas de miembros o en las sillas del templo. Como consecuencia de esto nos afanamos en buscar la última estrategia o modelo de iglecrecimiento. Buscamos contextualizar el evangelio, que nuestro mensaje suene relevante para la audiencia posmoderna. O buscamos el “nuevo” mover, la nueva ola del Espíritu, lo que está de moda, la “unción” fresca. Y cuando encontramos algo que creemos que contiene la clave para el éxito, invertimos nuestro tiempo y dinero comprando libros, material de estudio, en viajes para visitar los lugares de avivamiento. Todo esto lo hacemos para ver si nosotros también recibimos un toque del favor de Dios, y así poder sentir, ver y decir que tenemos éxito en nuestros ministerios.
Reflexionando en las causas de la preocupación por el éxito ministerial, que nos afecta a la gran mayoría de los pastores que creemos que tener éxito es tener una abundante cosecha de almas, encuentro cuando menos cinco causas de mi preocupación, y son:
1- El pecado que está en mí que hace que quiera demostrar que soy inteligente, capaz, mejor que mis compañeros de milicia y que Dios realmente me necesita porque sin mí no puede lograr la salvación del mundo. En lugar de glorificar a Dios, quiero ser glorificado por lo especial y brillante que soy en el ministerio. Quiero ser reconocido por todos como un pastor con éxito.
2- La necesidad natural puesta por Dios para hacer cosas que le den gloria a Él. Esto es porque soy su imagen y semejanza. Él me ha llamado y me ha dado talento y dones para hacer el trabajo, Él me ha hecho para glorificarlo (Isaías 43:6-7). Pero encuentro que no puedo hacer bien las cosas para Dios porque el pensar y desear el éxito me entrona a mí y no a Dios.
3- La presión que tenemos de nuestros supervisores, denominación, compañeros de ministerio y de la iglesia misma de mostrar números como prueba del éxito ministerial.
4- La presión que tenemos de la cristiandad a la que se debe el éxito popular de los “ungidos” del Señor y que presiona a los pastores a copiar modelos, estrategias, estilos ungidos y aun enseñanzas que están lejos de ser bíblicas.
5- El deseo de obedecer, el amor por los perdidos y el amor a Dios.
De estas cinco causas encuentro que solamente dos son de valor y dignas de preocupación. La primera de estas dos es que soy hecho por Dios a su imagen y semejanza; hecho para imaginar, crear, inventar. (Como prueba tenemos el mundo moderno con todos sus avances). Esto está en mí y tengo que descubrirlo, desarrollarlo. Como seres humanos tenemos un tremendo potencial. Pero aun más como hijo de Dios también tengo el llamado de Dios para servirle, tengo talentos y dones para el ministerio; así que puedo lograr éxito, éxito que satisface en el Señor siempre y cuando el centro sea Dios. Encuentro algo interesante, y es que a pesar de que esto es un regalo de Dios. el Señor nos llama a considerar nuestras habilidades y logros como basura, nos llama a morir a nosotros mismos. Así que esto es algo bueno pero no podemos gloriarnos de lo que tenemos y somos; creo que esto es porque seguimos teniendo la vieja naturaleza que en cualquier momento toma control y el éxito se sube a la cabeza y la gloria ya no más es para Dios.
La segunda causa creo que es más importante y digna de mayor atención. Pero irónicamente es la que menos tiempo toma en encausar mi labor ministerial. Estoy tan preocupado al igual que la mayoría de los pastores por encontrar una fórmula para el éxito, para desarrollar mi potencial que no presto atención a la única causa bíblica de la preocupación por la cosecha de almas, que es: Obediencia a Dios, Amor por los perdidos y Amor a Dios. El pastor Mark Dever en su libro “The Gospel & Personal Evangelism” (El Evangelio y El Evangelismo Personal) pregunta por qué debemos evangelizar. Y responde, por Obediencia, Amor por los perdidos y Amor a Dios.
Esto lo he sabido por mucho tiempo, sin embargo, estoy tan contaminado del secularismo del iglecrecimiento que no me deja ver las proposiciones de la palabra de Dios que son absolutas y verdaderas. Sus Leyes, mandamientos, promesas, declaraciones son de Dios y dadas por Dios a mí como Su hijo para que las crea, las confiese, las obedezca, las declare.
"Estoy tan contaminado del secularismo del iglecrecimiento que no me deja ver las
proposiciones de la palabra de Dios que son absolutas y verdaderas"
Dios quiere que obedezca por amor a Él y evangelice por amor a las almas perdidas. Estoy llamado a plantar, regar y a cosechar almas para hacerlos discípulos de Él, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que Él nos ha mandado (Mateo 28:19-20).
Creo firmemente que es bíblico hablar de cosecha de almas y de preocuparme por tener una abundante cosecha de almas; esto es consistente con el deseo de Dios. El Señor no quiere que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento (II Pedro 3:9). Él es clemente y misericordioso, lento para la ira y grande en misericordia. Bueno es el Señor para con todos (Salmo 145:8-9). Él quiere que todos miren a Él y sean salvos, todos los términos de la tierra (Isaías 45:22).
Pero mi gozo es completo al saber que el Señor Jesús quiere que levante cosecha de almas. En Juan 17:20 encuentro estas palabras del Señor Jesús que me enseñan de la inminente cosecha en mi ministerio: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos.” ¡Gloria a Dios! Qué palabra tan más hermosa para todos aquellos que estamos preocupados de hacer bien nuestro trabajo para el Señor. Esta es la oración de nuestro Sumo Sacerdote, el Señor Jesús. ¡Nuestro Sumo Sacerdote! El perfecto, sin mancha, santo Hijo de Dios. El Sumo Sacerdote que hace las oraciones correctas, que están de acuerdo a la voluntad de Dios. Y si la oración está de acuerdo a la voluntad de Dios tenemos la seguridad de que son contestadas sí, porque en el Hijo todas las promesas son Amén (II Cor. 1:20). El Señor Jesús nos dice que todo lo que pidiéramos en Su nombre Él lo haría, para que el Padre fuese glorificado en el Hijo. Así que tenemos la seguridad de que Dios Padre contesta la oración de Dios Hijo si Él le da la promesa, “Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la Tierra” (Salmo 2:8).
En la oración el Señor Jesús le ruega al Padre por cada uno de los discípulos (nosotros) y pide por todos los que han de creer por los siglos hasta que Él regrese a establecer Su reino. Esto nos indica la cosecha inminente de cada congregación del Señor Jesús por los siglos hasta que Él regrese. Podemos estar seguros que nuestro ministerio levantó, levanta y levantara una cosecha de almas porque esta es la petición del Hijo al Padre.
"Podemos estar seguros que nuestro ministerio... levantara una cosecha de almas
porque esta es la petición del Hijo al Padre"
Pero lo más importante es entender que la cosecha inminente se materializa cuando nosotros somos obedientes a Dios y a Su palabra. Toda la cosecha potencial que tenemos para formar nuestra congregación, se materializa cuando obedecemos a la palabra de Dios y no a fuentes humanas de filosofías posmodernistas, modelos de iglecrecimiento, etc. Todo está bajo la mano de Dios. Él es el creador, Él es quien nos bendice, Él es quien nos escogió, Él es quien nos predestinó, Él es quien nos adoptó (Efesios 1:3-5). El Señor Jesús pide por todos los que han de creer en Él y todos los que han de creer en Él lo pueden hacer por causa de la palabra de los discípulos del Señor. Jesús ora, “te ruego por los que han de creer en mí por la palabra de ellos”.
La cosecha se materializa cuando predico la palabra de Dios. Es maravilloso ver cómo Dios muestra Su soberanía haciéndonos partícipes de la obra de redención llamándonos a ser heraldos de Él para proclamar Su Evangelio. Jesús pide por todos éstos que han de creer, todos éstos que potencialmente son de Cristo, todos éstos que potencialmente van a llenar las bancas de nuestro templo, todos éstos que van a invocar el nombre del Señor y serán salvos. Pero, ¿cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! (Romanos 10:14-15).
"Dios muestra Su soberania haciéndonos participes de la obra de redención
llamándonos a ser heraldos de Él para proclamar Su Evangelio"
Es la predicación de la palabra lo que nos asegura el éxito. Lo que más queremos es lo que Dios más quiere y es salvar a los pecadores y darles entrada en su reino. El éxito no es llenar las bancas de la iglesia, que esto con trucos, shows humanos lo podemos hacer. El éxito es llenar el reino de Dios con hombres y mujeres que entienden el evangelio del Señor, se arrepienten de sus pecados, piden perdón y ponen su fe en el Señor Jesucristo como único Señor y Salvador de sus vidas.
"Es la predicación de la palabra lo que nos asegura el éxito"
¡Oh Señor! Cuán hermosa es tu palabra que me infunde aliento y me llena de esperanza. Tu Iglesia está siendo formada cada vez que tus hijos te obedecen por amor a ti y evangelizan por amor a las almas perdidas. Las almas vienen al reino cada vez que tu palabra es fielmente enseñada. Señor ayúdame a ser fiel a tu Palabra, a no avergonzarme de tu evangelio diluyéndolo al procurar ser relevante y en el proceso perdiendo el poder de Dios para salvación. ¡No! Señor, el Evangelio puro es relevante hoy día y es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego (Romanos 1:16) Amén.